2 de junio de 2010

Tres nociones clásicas de la filosofía

Las tres nociones genéricas, indefinidas, han orientado y aún orientan las ideas y acciones del ser humano. Esas nociones son (i) la idea de Dios, un dios creador del mundo y del hombre; un principio inescrutable que no sabe si es el dios creador o más bien es la creación (ii). La idea de la naturaleza, increada, eterna o infinita, en cuyo interior, por un proceso evolutivo que nos es desconocido, emerge el ser humano (iii). La idea del hombre conocedor y dominador de la naturaleza, y que frente a si se revela como un desconocido. En la historia de las ideas, si nos atenemos a esa extensa y heterogénea época histórica llamada cultura de Occidente, a partir del siglo V d.c., la noción de Dios se impuso por cerca de un milenio; luego, la idea de la naturaleza, durante los siglos XVI, XVII y aún XVIII; y en la actualidad, la idea del hombre, centro de toda reflexión y de toda referencia.
Si los intentos de explicación en cuanto existe, fundados es estas tres nociones centrales, no son suficientemente convincentes; y si no advertimos una nueva noción como alternativa; ¿Qué camino hemos de seguir para alcanzar una imagen, una concepción aceptable, coherente, convincente, de cuánto existe incluyendo al ser humano; y prescribir normas de comportamiento que permiten al hombre desarrollar su vida intelectual y colectiva, según un estatuto realmente humano?.
Tal vez la indagación de un saber de esta naturaleza constituye el tema central de lo que se denomina filosofía.
La idea de un dios creador e incluso legislador ha perdido vigencia: su proyección es sólo una tradición conservada y difundida a través de sistemas de comunicación institucionalizados, de propaganda y de mecanismos empresariales. Sin embargo, la máxima dignidad del ser humano consiste en buscar aquello que no existe en su plenitud, pero es necesario, peretoriamente necesario, exista: la libertad y la felicidad. Si algo grande, inmenso, puro no existe, inventémoslo. Entonces como idea, idea cuya grandeza no puede ser definida; y como sentimiento de esa idea, sentimiento cuya inmensidad lo hace infatigable; como tal idea y tal sentimiento de inmaculada pureza enclavados en el espíritu humano, el hombre situado frente a sí, desvela el profundo sentido del designio de su vivir, ¿Es ello Dios?.
Nos enfrentamos a las nociones de naturaleza y de ser humano. La exposición que supone al ser humano como la forma evolutiva más elevada de la naturaleza, a la que, sin embargo, ha concluido denominando, destruyendo y negando, cuando menos en el ámbito de su actual dominio, no es convincente.
La concepción que a partir de un análisis del ser humano y de su particular condición, podría abarcar una comprensión y explicación plausibles de lo existente, no ha resultado asumible porque, incluso, del ser humano, en sus descripciones, solo llega a formular preguntas, si bien de alto interés, pero no respuestas.
Las respuestas a las preguntas acerca de la naturaleza y del ser humano que hemos heredado, desarrolladas por el pensamiento científico y el ideológico, no son suficientemente consistentes ni adecuadamente aceptables. Privados de otra alternativa viable que naturaleza y el ser humano, emprendemos la renovada búsqueda de un saber y de un sentido de cuanto existe fundados en un axioma que aceptamos como verdadero: se conoce y trata la naturaleza por mediación de la razón humana que se constituye entitativamente en cuanto tal, es decir, construye la naturaleza, la organiza y la transforma. Se conoce y trata al ser humano, producto de la naturaleza por mediación de las categorías constituyentes del lenguaje y del trabajo por las cuales alcanza conciencia de sí, es decir, la razón en el interior de la sociedad que lo conforma, y a la cual constituye. Naturalmente que a través del ser humano se hace conciencia e historia; conciencia e historia que iluminen racionalmente a la naturaleza que, entonces, aparece como tal.

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